Se considera erróneamente que los hermanos de personas con discapacidad, por el hecho de ser regulares, tienen más recursos para afrontar solos todos los problemas que se les presenten.
Pero tal vez sean ellos los que necesiten más apoyo. El nacimiento de un niño con síndrome de Down afecta a todos los miembros de la familia modificando la dinámica habitual.
Los profesionales también contribuyen a este descuido porque han sido entrenados para la asistencia y atención de la persona con discapacidad, así que los hermanos van quedando al margen. Dediquemos a nuestros hijos sin discapacidad la misma atención.
Es fundamental que no se les den los momentos que “sobran”. Reserve tiempo para estar con ellos individualmente a la hora de la comida, compartiendo tiempo libre o durante los fines de semana... pregúntele por sus intereses, sus amigos, ideas, ilusiones, entre otros. Los sentimientos encontrados son típicos de toda relación entre hermanos, pero si se agrega la discapacidad de uno de ellos, estos sentimientos tienden a intensificarse.
La fuerza y enriquecimiento personal que otorga afrontar desafíos, se mezclan con la preocupación, la sobre-exigencia, la culpa, el dolor, la vergüenza, el enojo, los celos y la hostilidad.
Poder reconocer estas emociones y sentimientos, comunicarlos y compartirlos, siempre ayudará para poder hacerles frente. Permítales expresar sus sentimientos y acepte el hecho de que a veces les resulta duro tener un hermano con discapacidad.
No les den la responsabilidad como una carga, sino como una muestra de solidaridad. Lo más importante es tratar el tema con naturalidad.
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