Reflexiones sobre los accidentes de tránsito. ¿Es posible evitarlos?
Todos los seres vivos se hallan permanentemente amenazados de muerte o de alteración de sus organismos por diversos elementos físicos, químicos y biológicos; pero el único que ha sido capaz de inventar y desarrollar mecanismos de autodestrucción es el ser humano. En tal sentido, las guerras y los medios motorizados de transporte terrestre son los más importantes. En la que sigue, nos dedicaremos a estos últimos.por Dr. Walter Venturino
Cuando yo era practicante interno del Instituto Traumatológico, en el año 1948, el entonces director, el Dr. José Luis Bado, empleaba la palabra «accidentitis» para designar un problema que, ya en esa época, preocupaba hondamente: los accidentes de tránsito y las repercusiones sobre la salud de las personas involucradas en los mismos. No recordamos cifras, pero eran importantes. Han pasado cincuenta años y el problema no sólo no ha sido solucionado sino que, debido al aumento del número de vehículos así como a las características de los mismos, se ha agravado notoriamente. El hecho se refleja en que, tanto a nivel de autoridades nacionales como en las esferas médica y periodística, se producen cada tanto -sobre todo después de accidentes muy graves- reacciones con vistas a mejorar la situación. A tal efecto, se publican profusas estadísticas que muestran un aumento de la frecuencia del número de accidentes y de las víctimas. Luego, cada institución relacionada con el tema anuncia la disposición de tomar las medidas que correspondan, las que, por diversas causas, son olvidadas lentamente. Que nosotras sepamos, sólo la medicina ha logrado sustanciales progresos en el tratamiento de las víctimas. Se trata de logros muy efectivos de la medicina pero recaen en el acto final del drama, y las víctimas siguen apareciendo cada vez en mayor número y más graves. El acto inicial, es decir el accidente, no sólo sigue materializándose impertérrito, sino que cada vez es más frecuente y trágico; a pesar de algunas buenas medidas, pero siempre insuficientes y a menudo desoídas, tomadas por las autoridades responsables de la ordenación del tránsito.La magnitud del problema es conocida. Por eso, no tendría objeto efectuar un análisis estadístico del mismo. Digamos solamente, para dar una idea, lo que sigue: hasta el año 1973 (no poseemos datos más modernos) y desde la invención del automóvil, a fin del siglo XIX, en toda la Tierra se produjeron 64 millones de víctimas de las que el 65% fueron peatones. Efectuando una extrapolación para el fin del siglo XX, pasamos largamente los 100 millones. Quiere decir que los automotores, desde que aparecieron, mataron más personas que todas las guerras del siglo XX. Y, si pensamos en el número de heridos, quizá diez o doce veces mayor, el panorama se vuelve aterrador. En el Uruguay actual se registran, en promedio, unos 50 mil accidentes de tránsito por año, que generan unos 500 muertos (la principal causa de muerte en los primeros 44 años de vida) y unos 8 mil lesionados; de éstos, un alto porcentaje son personas jóvenes que sufren incapacitantes traumatismos cuyas secuelas persistirán toda la vida. En suma, un verdadero azote. (Para más detalles al respecto, remitimos al siguiente artículo: Barrios Camponovo, G.: Enfermedad traumática en Uruguay: aspectos epidemiológicos. Rev. Med. Uruguay 1995; 11: 187-207.)
Limitémonos a los 500 muertos anuales de nuestro país. Las cifras, que son objetivas, tienen la particularidad de producir reacciones subjetivas disímiles. Para ejemplificar lo que decimos, dramaticemos la situación.En primer término, en lugar de pensar en el número 500 en forma fría, imaginemos 500 personas en fila india, separadas entre sí por una distancia de un metro: la fila ocuparía más de seis cuadras; tal es el conjunto de personas -que incluye todas las edades- que morirá en los próximos 365 días por accidentes de tránsito en nuestro país. Estamos seguros que cualquier persona con un sistema límbico normal debe angustiarse ante esta imagen, sobre todo si nosotros o nuestros allegados nos sentimos integrantes de esa fila. ¿Habría alguna diferencia si esas personas fueran conducidas a ser ejecutadas en un cadalso? ¿O si se presentaran como gladiadores en un circo de la antigua Roma saludando al emperador antes de morir? No estamos trivializando las muertes por accidentes de tránsito.
En segundo término, comparemos las cifras arriba mencionadas con las del SIDA. En nuestro país, esta enfermedad ha infectado desde su aparición (año 1983), entre 12 mil y 20 mil personas de las que solamente un poco más de 3.700 se hallan realmente enfermas, o son portadores. De los enfermos, mueren 50 por año. En otros términos, los accidentes de tránsito son, actualmente (1998), 10 veces más mortíferos que el SIDA; además este es, en gran medida, evitable con la profilaxis correspondiente. Sin embargo, el público y aun las autoridades parecen más preocupadas por esa enfermedad infecciosa que por los accidentes de tránsito. En los medios científicos se menciona la deseada y casi segura eliminación del SIDA en los próximos años, como lo ha sido la viruela. A su vez, nadie habla de la eliminación de los accidentes de tránsito. ¿Por qué?
¿En qué medida son evitables?
Es obvio que para responder a esta pregunta, es fundamental conocer las causas del fenómeno. Son numerosas y conocidas. Para dar una idea del problema permítasenos citar las más importantes. Tales causas están relacionadas 1, con el vehículo; 2, con la ruta; 3, con el conductor; 4, con los peatones.1. Causas de accidentes relacionadas con el vehículo.
a) El estado de los frenos, de los neumáticos, de la dirección y del sistema eléctrico, incluyendo las luces, juegan un papel que todos conocemos.
b) La velocidad que desarrolla el vehículo es uno de los factores más estudiados. Por grande que sea, la velocidad por sí sola, siempre que sea uniforme o variable en pequeña escala, no afecta a ningún cuerpo del Universo; las enormes velocidades de los cuerpos celestes así lo demuestran. Los efectos de la velocidad se manifiestan cuando ella varía bruscamente por efecto de un factor sobreagregado. En la práctica, un vehículo en movimiento que choca sufre una desaceleración; así, la energía cinética que desarrolla el vehículo (recordemos la clásica fórmula 1/2mv2, es decir, el semiproducto de la masa del móvil por el cuadrado de su velocidad) se convierte en la energía responsable de casi todos los efectos del siniestro. Como se ve, para esos efectos, la velocidad es mucho más importante que la masa del vehículo. Más concretamente, si un choque se produce a 50 km/h y otro a 100 km/h, los efectos del segundo no son el doble de los del primero, como parecería a primera vista, sino 4 veces mayores; así, un choque a 50 km/h equivale a caer desde un edificio de 10 metros de altura, y a 100 km/h es lo mismo que precipitarse desde 40 metros. Si se pasa de 50 km/h a 150 km/h (3 veces mayor) los efectos serán 9 veces superiores, etcétera. Pero esto se refiere a las consecuencias de un accidente. La velocidad, como factor causal en los accidentes en carreteras, ha sido estudiada detalladamente en países como Suecia, Alemania, Francia, Italia, etcétera. Se llega a la conclusión de que la limitación de ese factor es, paradójicamente, contraproducente en lo que respecta al número de accidentes; pero no se mencionan ni la gravedad de los mismos, ni el hecho de que las altas velocidades hacen insuficiente la capacidad de reacción de los conductores, aunque éstos se hallen en perfectas condiciones psíquicas y físicas. En efecto, y a título de ejemplo, a 40 km/h se necesitan 18 metros para frenar; a 60 km/h se requieren 36 metros; a 80 km/h, 58 metros; a 100, 85 metros; a 120, 120 metros, etcétera; quiere decir que la aparición de un obstáculo inesperado en una carretera marchando a 90 km/h, termina, casi siempre, en forma trágica. Justamente, esa velocidad (90 km/h) es el límite que se impone en nuestras rutas principales, la que, a juzgar por lo que vemos casi a diario en las carreteras y aun en las ciudades, es demasiado elevada para ofrecer seguridad; además, los conductores suelen no respetar ese máximo convirtiéndolo en 120 o 130 km/h. Finalmente, si el choque es contra otro vehículo en sentido contrario, es preciso sumar la velocidad de éste. Así pues, un automóvil, por encima de cierta velocidad, se convierte en una poderosísima arma cargada que marcha amenazando la vida o la salud de alguien. No somos abogados ni jueces para emitir juicio sobre la lenidad o dureza con que la Justicia trata a los conductores culpables; pero si la opinión pública tiene peso, el tema es un área adecuada para que esa opinión se haga sentir.
(La alta velocidad de los vehículos, tanto terrestres como aéreos y acuáticos es un hallazgo del siglo XX, que vino aparejado con la introducción de los motores de combustión interna. Hasta el fin del siglo XIX, la velocidad máxima a la que el ser humano se había desplazado era de 60 o 70 km/h montado en caballos de carrera. En la primera mitad del siglo XX ya se logró, en tierra, en la superficie de un lago desecado, y con un automóvil especial, la velocidad de 634 km/h. En la actualidad se está muy cerca de lograr, en tierra, la velocidad del sonido (1.200 km/h).
c) El tamaño, y por ende la masa de los vehículos que coliden, es un elemento de gran importancia, aunque no tanta como la de la velocidad. Si participan una bicicleta y un automóvil o un automóvil y un semirremolque, ya sabemos quienes llevan la peor parte. Los reglamentos prohíben a los ciclistas marchar por las carreteras, pero no hacen lo mismo con los grandes camiones o semirremolques; esto último obedece simplemente a un problema económico que se antepone fríamente a la seguridad de las personas.
d) Respecto a la distancia que deben conservar los vehículos entre sí cuando circulan en el mismo sentido, nuestra reglamentación la deja librada al criterio de cada conductor. Todos los días vemos accidentes ocasionados por criterios no adecuados al caso.
e) La combustibilidad de los vehículos automotores y los incendios que facilita es importantísima. Llevan, en promedio, varias decenas de litros de combustible, altamente inflamable cuando se trata de nafta; ésta es transportada en tanques de metal simple que se desgarran con facilidad en un choque, dejando escapar su contenido que se enciende con cualquier chispa. Lo mismo podemos decir de las cañerías que conducen la nafta desde el tanque al motor. Luego, las paredes del interior del coche se hallan tapizadas por materiales plásticos o telas inflamables; los coches comunes tienen entre 160 y 200 kilogramos de esos materiales. La pintura exterior posee la misma propiedad. De ahí que un vehículo tocado por las llamas se convierte en una hoguera en menos de tres minutos. Todos estos factores de la combustibilidad se hallan resueltos en los automóviles de carrera de «Fórmula 1»; pero aplicarlo a los coches comunes elevaría su precio por encima de las posibilidades económicas de la mayoría de la gente. En tercer lugar, los coches más modernos y de más valor poseen, en su parte inferior, un verdadero calentador que funciona a 700ºC con la finalidad de quemar totalmente los gases de escape que contaminan la atmósfera.
2. Causas de accidentes relacionadas con la ruta. Se pueden citar: los cruces con rutas o calles; afirmado en malas condiciones como cuando existen pozos, superficie resbaladiza por humedad, balastro o arena, aceite de motor; señalizaciones defectuosas o inexistentes, etcétera; banquillos y cunetas inapropiadas; presencia de árboles en la orilla; curvas pronunciadas o escondidas detrás de una elevación del camino; escasa o nula visibilidad por niebla, lluvia o humo; animales de gran tamaño en libertad; rutas en que la circulación se verifica en ambos sentidos en la misma calzada; vientos intensos que son capaces de desviar un vehículo que por ella corra; etcétera.
3. Causas de accidentes relacionadas con el conductor. La primera gran causa es la falta de responsabilidad de quien conduce. Dentro de la irresponsabilidad incluimos el alcoholismo y el uso de drogas, grandes causantes de un gran porcentaje del número de siniestros; el cansancio; la no observancia del casi medio centenar de artículos que rigen, en nuestro país, la circulación de vehículos; la sobreestimación de sí mismo, tan frecuente en los jóvenes, etcétera.
La segunda causa reside en una visión y/o audición defectuosas. Relacionada con la anterior, la tercera causa tiene que ver con la hora del día que se elige para viajar; así, con luz diurna, la mortalidad de los accidentes es de 22%, mientras que en los accidentes nocturnos alcanza a 60%. Un porcentaje elevado de accidentes se verifica durante la luz intermedia del amanecer y del crepúsculo.
4. Causas de accidentes relacionadas con los peatones. Desde los niños hasta los ancianos, todos podemos ser causantes de accidentes de tránsito; la simple prudencia, reglamentada en unos diez artículos de la ordenanza respectiva, evita muchos de ellos.
Si esta incompleta enumeración de causas fuera tenida en cuenta por cada persona que se dispone a conducir un vehículo, se podría evitar un gran número de accidentes. Pero esa enumeración nos permite tratar de responder a la pregunta de: «¿En qué medida son evitables las accidentes de tránsito?». ¿Es posible impedir que aparezca cualquiera de las numerosas causas recién mencionadas? Para citar un ejemplo: ¿es posible evitar el alcoholismo y la drogadicción? En esta mezcla de azar y caos sólo es factible la predicción de resultados probables, inaplicable a cada caso particular. Esto, que apoya la impresión del sentido común, nos permite afirmar que los accidentes de tránsito y susconsecuencias son, en la actualidad y durante un largo futuro, inevitables.
Como apoyo a nuestra razonamiento, es necesario decir que no se conoce ningún país, donde haya tránsito de vehículos motorizados, en el que se hayan erradicado los accidentes. A título de ejemplo, en el año 1990, en Francia se produjeron 10.300 víctimas mortales. La única manera, impensable dada la organización de las modernas sociedades «avanzadas», sería suprimir ese medio de transporte, o reducir la velocidad a una cifra irrisoria. Lo máximo que podría lograrse, como en algunos países, sería una disminución de tales eventos, ateniéndose a una rígida reglamentación basada en una infraestructura de vigilancia de un altísimo costo económico. Tal sería el caso de la dirección automática, con medios electrónicos, del tránsito de calles y carreteras. Ya existen estudios al respecto. Pero su puesta en práctica, para un futuro cercano, parece tan deseable como irrealizable.
Lo que decimos implica otro enfoque. Supongamos que con un conjunto de medidas logramos, en Uruguay, reducir el número de 500 muertes por año a 250. Para los responsables de las medidas sería un éxito rotundo. Pero un número determinado de decesos producto de una actividad humana civil no puede valorarse sólo como cifra, como lo hacen los militares cuando analizan los resultados de una ofensiva, donde cada ser humano es como una ficha en el juego de las damas. En nuestro caso, los 250 fallecidos nos deben producir la misma preocupación que 500, o 1.000 o 1.
Para completar el tema de las causas de estos accidentes, pensemos en un ejemplo muy ilustrativo: las carreras de automóviles de «Fórmula 1». En ellas se hallan abolidas las causas imputables al vehículo, tecnológicamente casi perfectos, con sofisticados sistemas de seguridad; también se eliminan las relacionadas con la ruta, en la que no hay ni cruces, ni pozos, ni curvas escondidas o no conocidas, ni peatones, con un solo sentido de circulación, con eficaces sistemas de protección, etcétera; las causas que residen en los conductores deben suponerse mínimas, dado su probada habilidad y un estado psicofísico perfecto; finalmente, se corren con luz diurna. Pero estas carreras tienen su punto débil en la velocidad que pueden desarrollar los automóviles, así como en la densidad de vehículos que se produce en algunos tramos de la carrera (en seguida de la largada, por ejemplo); alcanza con esas dos condiciones para sobrepasar la habilidad de los pilotos y generar accidentes. ¿Qué decir entonces, cuando en las calles o en las carreteras se agregan a esas dos causas, todas las demás que hemos enumerado? ¿Alguien se anima a decir que los accidentes se pueden erradicar totalmente?
Los fabricantes de automóviles ensayan medidas de protección para los pasajeros: cinturones de seguridad; deformación de la parte anterior del chasis e indemnidad de la cabina en un choque frontal; barras rígidas en el interior de las puertas para protección contra choques laterales; bolsas de aire que se inflan automáticamente en el momento del choque delante del conductor; frenos antibloqueo, los que evitan que las ruedas, cuando el conductor frena a fondo, se traben y faciliten el deslizamiento ingobernable del vehículo sobre el pavimento; etcétera. Seguramente, esas medidas han salvado vidas, sobre todo en accidentes leves o medianos. No parece ser lo mismo en accidentes graves en los que la alta velocidad ha jugado un papel fundamental.
Conclusiones
a) De lo que antecede, podemos inferir que, en las condiciones actuales, es imposible evitar los accidentes de tránsito y su macabro cortejo de muertos y heridos de todo tipo. Cuando la Historia nos dice que los primitivos semitas tenían un dios, llamado Móloc, que exigía víctimas humanas, al igual que el Huitzitlopochtl de los aztecas, así como los dioses de otras civilizaciones, experimentamos una indefinida sensación de repulsión mitigada al saber que esas culturas se hallaban aún muy lejos del razonamiento lógico. No conocemos la entidad de esas ofrendas de víctimas pero estamos seguros de que jamás alcanzó el número de seres humanos que nuestras modernas culturas, con toda su carga de racionalidad, ofrecen y seguirán ofreciendo a esos nuevos Móloc universales que son los vehículos automotores -pregonados «instrumentos de libertad»- y su velocidad. Es un precio inaceptable, aunque obligatorio, que se paga para poder llegar antes a los lugares de destino. De ahí que nadie se atreve a predecir la desaparición de los accidentes de tránsito y sus consecuencias, por lo menos para un futuro cercano. Nos sentiríamos felices si nos demuestran que estamos equivocados.b) No ignoramos que los vehículos automotores son importantes elementos de contaminación de las ciudades y del campo, así como avasallantes usurpadores del espacio ciudadano. Estos temas son motivo de análisis en muchos medios; pero los vehículos se llevan las palmas de oro como eficientísimos exterminadores de seres humanos. Sólo las grandes guerras y epidemias los aventajan. Este horror, cuya autoría le pertenece exclusivamente a la Humanidad, es visto por ésta como el hecho más natural del mundo.
(En enero de 1996, la Iglesia Anglicana de Coventry, Inglaterra, conmemoró los 100 años (1896-1996) de la industria automovilística británica con un fastuoso Tedéum. Los contrastes de la civilización son sorprendentes.)